WALELA Y LOS CANTOS ANTIGUOS
El incipiente atardecer de otoño resalta el color dorado de las suaves colinas de Carolina del Sur y Sybil se apresura a llegar hasta la hilera de árboles donde se encuentra su lugar de destino. Las nubes parecen más bajas, más cercanas y reales en esta época del año y eso la hace sentir más segura. Debe llegar al yacimiento arqueológico antes de que oscurezca por completo, no conoce el lugar y solo tiene unas referencias por escrito de su tutor de la universidad.
La invitó a participar en el proyecto sobre El Sendero de las Lágrimas porque sabe que será la mejor intérprete y receptora de los hallazgos, pero también porque ella necesita hundir sus manos en la tierra y hacer hablar al pasado. Sybil en realidad se llama Walela, Colibrí en cheroqui. Sybil no está en su ADN, es un nombre vacío, pero Walela es su memoria y linaje.
Detrás de las colinas hay una brújula que murmura en su sangre y la orientará hacia ese espacio donde viven todas las historias. No es solo el declive del día lo que aligera su paso, sino su corazón que responde a los cantos antiguos. El autobús la dejó bastante lejos y no tenía prevista esa larga caminata. Cosas de tomar decisiones a última hora. Había estado meciéndose en la duda hasta que se le acabó el tiempo. No quería irse de su casa, sabía que tardaría en volver a ver a los suyos otra vez. Y sabía que volvería transformada.