LOS DOMINGOS DE MI PADRE

El domingo por la mañana después del desayuno empiezan los preparativos: Manuel se afeita con dedicación y cuidado mientras su esposa y sus tres hijas se ponen sus mejores vestidos.  Siempre se demoran y el viaje, que es bastante largo, se termina haciendo con un gesto de urgencia. Llegan sobre la hora al almuerzo familiar.  En esa casa también viven su padre y su madre, los últimos en llegar de Asturias a Buenos Aires. No tenía pensado emigrar a la Argentina, a sus 18 años, quería irse a la Legión Extranjera, pero su padre casi le ordenó “para eso te vas a Buenos Aires que tus tíos ya están allí”. Y eso hizo, aunque bastante a regañadientes, curiosamente emigrar le daba más miedo que la vida militar.

Así que los domingos en esa casa tiene lugar una especie de viaje en el espacio y el tiempo, una obra de teatro con actores y actrices inconscientes donde Asturias es el paisaje y la historia. En el almuerzo no falta la empanada de chorizo y bacon y por la tarde hay frixuelos para merendar. Las madreñas de la abuela están disponibles a la salida de la cocina si hay que ir por verdura a la huerta.

Después de almorzar el padre de Manuel canta en bable y también hay algo de  acordeón. Luego se concentra a jugar la brisca con pasión guerrera y mezcla las cartas con los recuerdos del pueblo. A veces la voz de Manuel se quiebra un poco y tiene que sacar el pañuelo del bolsillo del pantalón. 

El día llega a su fin, el hechizo se desvanece y Manuel vuelve a hacer el camino inverso con su mujer y sus hijas, pero esta vez sin prisa. Siempre se lleva un paquetito con empanada de chorizo y frixuelos para el resto de la semana.


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